Su teléfono móvil se estaba quedando sin batería. Los paneles informativos de la T4 seguían indicando el retraso del embarque para el vuelo AAL 8074 con destino a New York, y la gente empezaba a inquietarse por la escasa información que se recibía hasta el momento. Así que, buscó un lugar donde poder cargar su teléfono -sin perder de vista a los paneles informativos- y seguir viendo e interactuando con sus redes sociales.
Sentado en un sillón de escay, algo roído por el uso, oteaba con cierto disimulo a las personas que transitaban por el interminable pasillo de esa parte del aeropuerto, mientras que su teléfono se recargaba. Era como estar en el metro de Madrid en una hora punta: un ir y venir de gente constantemente entre zancadas, empujones, conversaciones telefónicas, y una música casi estridente que salía del altavoz de un joven al que no le decía nada las miradas inquisitorias de todo aquel que pasaba a su lado. Mientras, por el servicio de megafonía no se dejaba de repetir en varios idiomas, que se estuviera siempre atento a las maletas y a los efectos personales.
El joven de la música le recordó a él en un pasado ya lejano. Le vino a la cabeza su primer viaje junto a sus compañeros de instituto, en el que viajaron a Mallorca para celebrar el ecuador de sus estudios. Allí saboreó las mieles de la libertad, lejos de sus padres y amigos habituales, donde hizo por primera vez el amor con una estudiante italiana, donde el alcohol y alguna droga blanda, estuvieron presente casi todas las noches de aquella semana mágica. Un viaje que le hizo ser la persona que es hoy.
El joven, se paró y vio que un sillón de al lado estaba libre. Se dirigió a el sin dejar de tararear la estridente canción que sonaba como si fuera un sirena en un ataque nuclear. Vestía un pantalón vaquero roto, con unas deportivas sucias y desgastadas. Una camiseta blanca con el símbolo de La Paz. En su antebrazo derecho se veía el tatuaje de una brújula rota, como si a través de ella se le estuviera escapando el rumbo y el destino. Y eso, le hizo pensar en lo que el futuro le deparaba.
De repente, dejo de sonar su música. El joven se levantó con la mirada pérdida, mientras que sus ojos mostraban la profundidad de un abismo negro. Torció el gesto de la cara hacia la derecha pudiéndosele ver una gran cicatriz en el pómulo izquierdo. Se tocó su cara, y nada más sentir en la yema de sus dedos el surco que unía las dos partes del corte, comenzó a gritar como si las entrañas se le quemaran desde los adentros. Con unos movimientos violentos de sus manos, buscó con insistencia algo que había dentro de un bolsillo del pantalón. Cuando lo sacó, se lo puso a la altura de sus ojos, y sin dar tiempo a ninguna respuesta de la gente que le estaba mirando, abrió la hoja de la navaja y se rebanó el cuello desde la derecha hacia la izquierda, cayéndose al suelo entre los borbotones de sangre que le salían a golpe de latido.
Un vigilante de seguridad se acercó rápidamente e intentó taponar el corte con una mano, mientras pedía ayuda desesperada por su walki talkie.
-Se ha seccionado el cuello. Por favor que venga a la puerta 474 un equipo médico. Urgente. Varón de unos treinta años. Estoy intentado contener la hemorragia. Dense prisa por Dios.
-¡He usted! -Le dijo- -.¡Ayúdeme!. Debemos intentar contener la hemorragia si queremos que a este pobre desgraciado le puedan salvar la vida.
El joven yacía en el suelo inmóvil, con la mirada perdida, en un viaje son retorno hacia la eternidad. Cuando le puso las manos sobre el cuello, se vio reflejado en él, como si fuera el mismo quien estuviera entregando su vida a la muerte desde el suelo. Y se sintió sólo, a sabiendas de que no tenía a nadie con el que llegar al ocaso de sus días. Se vio postrado en una silla de un geriátrico, sin poder ver el sol. Solo, sin visitas, con la única compañía de otros vejestorios mudos de recuerdos y ciegos de sueños. Sólo. Y supo en ese mismo momento que no quería morir así...
El vuelo había despegado con casi cinco horas de retraso. Esperaba ansioso la señal acústica y luminosa que le permitiera desabrocharse el cinturón de seguridad, cuando un fuerte ruido sonó en el aeroplano. Con un movimiento intuitivo, miro por la ventana del avión viendo un motor en llamas. Los gritos de pánico inundaron la cabina y un pitido estridente sonó. Desde los altavoces se indicaba que todo el mundo se pusiera el cinturón, y se colocaran en posición de emergencia, dado que se haría un aterrizaje de emergencia. Volvió a mirar por la ventana, y allí, encima del ala estaba el joven que se había suicidado al lado de la la muerte cabalgando a lomos del aeroplano, sabiendo que estos le llevarían al infinito, a eso que unas horas antes antes había vislumbrado.