Como cada noche, Alonso se ponía a sacar de paseo a su perro Trancos. Era una noche perfecta. Diecinueve grados de temperatura que marcaba su Apple Watch en el mes de Marzo. Una temperatura semi veraniega, así que cogió la correa del perro, le colocó el mosquetón en la argolla del collar, se puso en la espalda una pequeña mochila con utensilios de limpieza para las heces del perro, y se dispuso a pasear por el nuevo entramado del Madrid arena.
Llevaba apenas dos minutos caminando, cuando una pareja que iba paseando con otro perro, se le acercaron. El hombre, de un metro ochenta, de compresión atlética, barba incipiente de varios días, vestido con un chandal negro, le saludó cortésmente:
- Buenas noches. ¿Me podría indicar si es tan amable, como llegar a la Puerta de Toledo?
- Si claro. Mire, siga hasta el segundo puente metálico que puede ver a apenas trescientos metros y... Perdonen, me estoy mareando, lo siento...
Cuando empezó a recobrar la consciencia, no sabía que había pasado. Estaba en algún lugar irreconocible, y un color negro que lo abarcaba todo y un punto blanco como horizonte ocupaban la más absoluta inmensidad. No había nada más. Nada que se pudiera distinguir, nada que se pudiera ver. Nada. Intentó moverse pero ninguna parte de su cuerpo respondió a lo que su cerebro ordenaba. Intentó articular palabra, pero ni su garganta, ni su boca y ni sus labios tuvieron el más mínimo estímulo para poder hacerlo. Se aterrorizó. Intentó con todas sus fuerzas hacer que su cuerpo respondiera a algún estímulo, pero era imposible. Se dio cuenta que sus ojos estaban cerrados. ¿Cómo entonces podía ver tan claramente el color blanco en una inmensidad negra?. Además, rápidamente se percató de que no había ningún ruido. No si quiera escuchaba a su corazón, ni a su respiración. Nada.
De repente empezó a escuchar un hormigueo, un ligerísimo zumbido apenas perceptible. Al menos ya era algo. También empezó a notar que el color negro se iba disipando, como cuando ves que un grupo de nubes que se dispersa por la acción del viento. Y el blanco del final empezaba a convertirse en un naranja muy claro, con pequeños destellos de azules. El zumbido era mucho más claro, casi como un murmullo, pero no se podía reconocer nada. De su pecho empezó a notar unas pequeñas sacudidas, acompañadas de una presión como en la boca del estómago. Notó como el aire entraba a presión por su garganta y bajaba a los pulmones con una carencia poco habitual. El murmullo se convirtió en ruido, el color negro estaba casi disipado y el fondo de color naranja y destellos azules ahora era más pronunciado. Empiezo a notar un leve cosquilleo en las manos y sus párpados comenzaron a temblar. Empezó a ir voces hasta que claramente escucho:
...Mil catorce, mil quince insufla..
Por su brazo noto un líquido que le abrasaba las venas, mientras que, de repente entre abrió sus ojos. Pudo ver que tenía puesta una mascarilla y que estaba rodeado de dos mujeres y un hombre. Una de ellas gritó:
- Ya le tenemos de vuelta. Estabilizarlo y arreando hacia La Paz.
Durante el viaje en ambulancia recuperó la sensibilidad de las extremidades. Pudo distinguir los olores corporales de las dos personas que iban junto a él en la cabina trasera . Su primer intento de moverse fue para quitarse la mascarilla pero un hombre ataviado con la indumentaria del Samur se lo impidió diciéndole:
- Has sufrido un infarto. No malgaste sus fuerzas que las va a necesitar.
- ¿Saben donde esta Trancos?. Mi perro.
- La persona que le salvo la vida, la que nos llamó, se quedó con el. Le propició los primeros masajes cardiopulmonares hasta que llegamos. Descanse ahora. Recupérese y pronto volverá junto a su perro.
Le daba miedo cerrar los ojos, pero sabía de sobra que esa noche había vuelto a nacer y que, si dios lo tuviera en estima, tenía otra fecha más para celebrar en su vida.
Le daba miedo cerrar los ojos, pero sabía de sobra que esa noche había vuelto a nacer y que, si dios lo tuviera en estima, tenía otra fecha más para celebrar en su vida.