martes, 12 de septiembre de 2017

Las letras

Una suave brisa movía las afiladas hojas de las palmeras que tenía frente a su terraza a esas horas de la noche, produciendo un suave y agradable tintineo que se rompía con las pocas rodadas de los automóviles que circulaban por la vía a esas horas de la madrugada.  El silencio estaba a merced del viento, y el roce de este sobre su piel le producía una sensación de bienestar que se agradecía después de tres noches de muchísimo calor, donde el sudor, el sofoco y la agitación nocturna, se adueñaron de él en su pequeño recinto de verano. Lugar intentaba recuperar la cordura e inspiración totalmente necesarias para su faceta “pseudoescritora".


Tenía sobre la mesa tres botes de cristal. O vasijas. O como lo quieran llamar. Eran de esas que las madres utilizan para llenar de legumbres, de sal, de azúcar, o de cualquier otra cosa. Una de estas, contenía hasta la mitad, piedras pequeñas perfectamente pulimentadas y de cantos rodados, en los que los colores blanco, gris y negro predominaban sobre algunas otras de color verde turquesa y anaranjadas. La otra, contenía también hasta la mitad,  distintas conchas de moluscos muy coloridas, ostras, vieiras, berberechos, almejas,  y alguna otra que no sabría nombrar a qué familia del reino animal pertenecían. Ambas vasijas, las había convertido en modernas lámparas de led, que le proporcionaban una luz blanca que siempre le acompañaba para intentar componer textos en esas noches veraniegas.

Decidió mirar un rato al cielo estrellado para relajar la vista, y pudo comprobar como un ejército de estrellas imperaban sobre el majestuoso cielo de esa parte del mediterráneo.  Incluso pudo ver alguna lágrima de San Lorenzo hacer un pequeño recorrido efímero, sin más tiempo que el de un pestañeo, hasta desaparecer y no dejar mas rastro que el del recuerdo. El viento soplaba del norte, y traía consigo un escuadrón de nubes, que empezaron a apagar una a una el brillo que las estrellas propiciaban desde el cielo. La luna, casi plena, no podía más que entregarse a la derrota, cuando el ultimo nubarrón acabó por dejar la noche a oscuras, salvo por la luz de las tres lámparas que estaban sobre su mesa. En ese momento, el viento tomo protagonismo y sopló con más vehemencia, haciendo un remolino de hojas secas y ramas, que  crujían entre sí hasta que se volvieron a esparcir calle abajo. Su piel comenzó a erizarse y recurrió a la ayuda de una vieja rebeca de hilo fino que tenía en un mueble alto del salón. Pasó a por ella y se la puso sobre los hombros.


Cuando salió nuevamente a la terraza, la luna se había hecho un pequeño hueco entre las nubes para iluminar de blanco las oscuras aguas nocturnas del Mediterráneo. Se sentó sobre una raída hamaca para coger el Ipad y retomar sus escritos. Abrió el programa de textos, posicionándose en el final de lo último que había escrito. Y entonces es cuando las vio saltar de entre las letras…

  • Tenemos que hablar. Le escribieron .
  • No hay nada de qué hablar. O mejor dicho, de escribir. Y creo que esta conversación no tiene mucho sentido. Escribió.
  • Tiene todo el del mundo. Estamos cansadas de tus  escritos,  siempre tristes, melancólicos, siempre evocados a tiempos pasados donde tu corazón emanaba ese amor que adoleces. Parece que no sabes sacar partido a mis hermanas ni a mi. Entre nosotras formamos este idioma, uno de los más utilizados por la humanidad. Cervantes nos hizo famosas en el mundo entero utilizando más de trescientas mil palabras para ese famoso “Quijote” de las cuales, más de veinte mil eran  distintas entre sí.   ¿Y esto es lo único que sabes hacer? 
  • Cada uno escribe de lo que quiere. ¿Quienes sois  vosotras para decirme lo que tengo que escribir?
  • Estamos cansadas de ver florecer tus lágrimas, de que rocíes con estas los muchos papeles que luego desaparecen sin más en esa vieja papelera, o mojes esta herramienta infernal que se va apoderando de tantos y tantos, olvidandonos de las viejas plumas de tinta o lapiceros. Estamos cansadas de que malgastes tu tinta en escritos que no verán la luz. Estamos cansadas de ver como olvidas otros términos, otros conceptos, otras composiciones. Estamos cansadas de no verte sonreír.  

La situación era surrealista.   Digamos que en el texto que estaba escribiendo, las letras se levantaban del mismo juntándose a conciencia para posicionarse formando las palabras, como una composición que se crea automáticamente en tres dimensiones. 

Debió pensar que estaba un poco borracho, o cansado.    Antes tomó alguna copa de champagne que pudo haber  influenciado a su subconsciente. 

  • ¡Dejadme en paz!. No necesito vuestra ayuda ni de vuestro consejo. Además, nadie se escribe para comunicarse con las letras de sus escritos. Me estáis volviendo loco. 
  • Hemos hecho algo que jamás habíamos hecho antes. Tú, y sólo tú tienes el don de vernos más allá de tus frases, escritos y relatos. No desperdicies tu talento recordando a quien te rompió el corazón. Ve más allá de sus ojos, escucha el latido de otros corazones. Mira por encima del horizonte. Descubre nuevos sabores. Huele otras pieles y siente otros labios. ¿Cuanto tiempo hace que no haces el amor?. Comunícate en otros idiomas. Haz todo eso que siempre deseaste hacer y que siempre has pospuesto. Te damos seis meses para ello. No escribas hasta entonces.  ¿Podrás?
  • Lo intentaré.


Seguía corriendo esa brisa que por la noche erizó su piel. El amanecer estaba llenando de color la mañana y el ejército de nubes había desaparecido.  Dormitaba aún sobre la hamaca cuando el graznido de unos albatros le sobresaltaron. Se incorporó de un salto y se estiró todo lo que pudo para enderezar su espalda curvada por haber pasado tantas horas sobre la hamaca. Miro hacia la mar. A ese mar que sólo le producía nostalgia y al que le había entregado sus penas. Se giró ciento ochenta grados para buscar su ipad. Estaba en el suelo. Casi seguro que se le había caído de entre sus manos al quedarse dormido. Lo recogió y comprobó que estaba en perfecto estado. Encendió el aparato y abrió el programa de textos donde escribía.  Había desaparecido el texto, salvo una pequeña frase que decía: “no muere quien perece sino quien desiste”.

Apagó el ipad, y apoyado en la baranda de la terraza, seguía oteando pensativo, perdido y  absorto sobre lo acontecido en la noche.  Respiró profundamente, y sin dejar de mirar a la mar, la prometió sonreír.  Una ola de grandes dimensiones, dibujo una sonrisa entre las aguas. Era hora de empezar a descubrir todo aquello que se había imaginado esa noche…

O no.