jueves, 1 de diciembre de 2016

Un viaje inesperado.

Llueve. Escondidos bajo la marquesina de la parada del autobús, están unas cuantas personas, dos chicos, uno rubio, con una anorak verde, y otro, con legañas y cara de sueño, abstraídos del mundo escuchando música demasiado alta a través de sus auriculares, e impidiendo que escuche con claridad el repique del agua sobre el asfalto, en un sin cesar de gotas que se convierten en pompas al contacto con el suelo. Dos chicas jóvenes, una maquillándose ayudada por un pequeño espejo de mano que había sacado previamente de su bolso, y otra, con una carpeta marrón, adornada con una foto de Manuel Carrasco, miraba de soslayo al chico rubio. Se cruzan las miradas y ella la retira ruborizada. Detrás, una mujer de aproximadamente 45 años, con la cara arrugada, como si la vida le siguiera curtiendo a base de horas sin sueños, de trabajos asquerosos y mal pagados. La imagino como cabeza de familia, trabajando de sol a sol para que a los suyos no les falte de nada, a cambio de entregar su vida, su cuerpo y su alma.  
Llega el autobús con retraso. Suben todos antes que yo, y camino por el pasillo central hasta tomar asiento justo detrás de la chica que se estaba maquillando. Al pasar por su lado, pude contemplar que sus ojos, de color verde y de forma almendrada, eran de una profundidad que me hizo navegar a través de ellos. En mis adentros, le dije lo bella que es. Ojalá fuera valiente...

Las gotas de agua resbalan por el cristal de la ventana dejando un pequeño surco tras su paso y borrando la transparencia del vidrio. Mi cabeza, inclinada hacia la izquierda, descansa sobre este y empezó a notar que mi respiración favorece a que se empañen. Con un movimiento suave de mi mano, como si hiciera la forma de un abanico, retiro la capa de condensación para poder ver lo que el mundo depara tras el cristal: coches a toda velocidad, algún barrendero retirando hojas caídas de los árboles, y gente corriendo sin paraguas buscando donde guarecerse de la manta de agua que está cayendo.  De repente el autobús para. Me coge por sorpresa por estar ensimismado mirando a través de la ventana. Empiezo a pensar en las vidas de los pasajeros. Los dos chicos estudiantes, o sólo el rubio. El de las legañas, quizás trabaje, pero quiere aparentar ser estudiante. No me aportan nada, salvo envidia por sus edades.

Ahora me fijo más en la mujer de la cara con arrugas, y puedo ver que no son tantas las que tiene.  Es guapa, y lo tuvo que ser aún más hace años. Si mirada triste me produce pena, melancolía, a sabiendas que esta sociedad es injusta para unos y demasiado explendida para otros. Me hace recordar a mi fallecido padre por causas que imagino similares, como eso de trabajar de sol a sol. 

Un frenazo inesperado. El conductor comienza una artillería de improperios hacia el conductor de una motocicleta que se ha cruzado y casi produce un accidente. Me pregunto qué habrá desayunado para estar así de cabreado; a lo mejor ha pasado una noche sin sexo que tenía idealizada y lo paga con los demás. Pienso en su mujer, que le gusta jugar a los médicos con el, y le tiene castigado en una larga  lista de espera interminable...

Miro el reloj. Son las 07:40 h de la mañana. Al levantar la cabeza veo que ya está en pie la chica de ojos verdes. Su mano derecha asía la barra superior para mantener el equilibrio, dejando entrever en su antebrazo un tatuaje con la forma de Evenstar, la estrella del atardecer, mientras que, con la mano izquierda se retira sutilmente el pelo de la cara. En ese momento nuestros ojos cruzan la mirada en dos línea paralelas como las de una vías del tren.  Se abren las puertas traseras del autobús y se baja. Me entran una ganas locas de salir corriendo tras ella, invitarla a un café, preguntarle como se llama, pedirle el número de teléfono... un sin fin de cosas. Pero me doy cuenta que nunca fui valiente. Entonces, saco mi libreta y mi bolígrafo y la empiezo a escribir desde el alma.

ha dejado de llover, la claridad del día muestra los efectos del otoño por la calles de Madrid. Las gentes se mueven con cierta rapidez, unos por llegar pronto a sus trabajos, otros entrando y saliendo de una cafetería que hay debajo de unos soportales en la esquina de la calle Luchana.  Mi parada esta próxima. Desde mi asiento levantó mi brazo para pulsar el botón de parada en la barra vertical que hay a mi derecha. 

Hacia que no viajaba en autobús años, y se me estaba olvidando la capacidad de soñar despierto. Ahora tengo la excusa de buscarte todos los días, mujer de ojos verdes, porque se que esa estrella que llevas tatuada en tu antebrazo, es la estrella que iluminará mis días.



Greta  y los Garbo

Hay noches que sueño






2 comentarios:

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