jueves, 23 de marzo de 2017

Una casi boda

Habían llegado al hotel Marriot después de un día agotador. La jefa de protocolos les estaba enseñando donde se iba a celebrar la ceremonia. El hotel había dispuesto un altar de madera al borde de sus aguas cristalinas, ubicado  sobre un pequeño montículo de fina arena blanca y harinosa y rodeada de una frondosa ladera de césped y de vegetación tropical. La ceremonia se celebraría una hora antes de la puesta de sol, para verle morir en medio de las aguas del mar Caribe. Si tuviera que ubicar al paraíso, este, sin lugar a duda, sería  el enclave.

Los invitados comenzaron a llegar ataviados de color blanco en sus vestimentas. Los caballeros apostaron por camisas y pantalones de lino,  y  las damas trajes de fina seda para sus vestidos, con complementos florales de las especies autóctonas. La ceremonia estaba siendo espléndida, espectacular. El tiempo acompañaba con un sol  camino de poniente dando tintes anaranjados al cielo limpio de nubes, cuando el oficial de la ceremonia indicó:
- Si alguien quiere impedir este matrimonio, que hable ahora, o calle para siempre…

- Yo. Espetó una joven que según se acercaba se iba despejando de su ropa.
- ¿Y cuál es el motivo para impedir que estas bellas almas se casen?
- Porque este hijo que espero es suyo.
- Pero si no se te ve embarazada...
- Anoche hicimos el amor y siento como la vida florece ya en mi interior.
- Eso es imposible, grito la novia. Llegamos ayer tarde y nos estuvieron enseñado donde se iba a celebrar la ceremonia. Cenamos y nos fuimos a la habitación de este hotel y no se movió de mi lado. Además, hicimos el amor toda la noche.
- Eso no es cierto, bramó desde el fondo un hombre con barba. Anoche estuvimos celebrando su despedida de soltero junto a todos los amigos y acabamos haciendo el amor en la otra parte de la playa. El barbudo ya se había quitado la ropa, junto a un grupo de veinte pérdidas entre hombres y mujeres.

Las familias, ante tanto estupor no sabían dónde meterse,  La madre de la novia había caído sobre la blanca arena fruto de un desmayo mientras era socorrida por las personas que estaban a su lado. La novia miraba incrédula al que iba a ser su marido, mientras los padres de este la intentaban abrazar y consolar.

- ¿Qué es todo esto? ¿Es verdad o es una broma macabra?
- Es verdad. Anoche estuve con todos estos y algunos más. Te drogué para que te durmieras. Era mi última noche de soltero. Entiéndeme...
-  ¿No tuviste bastante con hacer el amor conmigo durante  toda la noche?. Y además, te has acostado con un hombre.
- Nunca te lo dije y no quería que lo supieras. Soy bisexual. Puuedo sentir lo mismo con los hombres que con las mujeres. 
- Eres un pervertido. No te quiero volver a ver en mi vida.
- Creo que si podrás. Estas embarazada de trillizos desde hace dos meses. ¿O no recuerda por qué nos estamos casando?
- Eres lo peor que me ha pasado. Quiero que desaparezcas ya.
- Pero te quiero, y todo esto me ha servido para saber que eres la mujer de mi vida. Cásate conmigo. Para eso venimos aquí, a la isla del pecado…

La mañana aparecía tras las puertas abiertas de la gran terraza de la suite. Las cortinas eran movidas sigilosamente por una suave brisa que facilitaban la entrada de los primeros rayos de sol, reflejados por las paredes blancas e inmaculadas.   Eva se levantó sobresaltada, sofocada, con una sudoración excesiva a pesar de la suave temperatura que hacía a las seis de la mañana.  Miro el reloj, y comprobó que era aún el  ocho de agosto.  En frente suya estaban los trajes de boda perfectamente planchados e inmaculados, listos para que se los enfundaran para el gran día. Adán, dormía plácidamente.

Se acercó a él muy despacio, y cuando estuvo lo suficientemente cerca de su oreja izquierda, le gritó:

- Te va a aguantar toda una vida tu puñetera madre…

jueves, 9 de marzo de 2017

Descubriendo sentimientos

Un cielo cubierto de nubes grises cubría la totalidad del cielo aquella mañana de mil novecientos ochenta. Recuerdo ese olor a tierra mojada por las primeras gotas de lluvia caídas sobre la arena del patio del colegio. Pero no nos importaba. Lloviera, nevera, granizara o cualquier otro tipo de inclemencia, no impedía que al sonido de la campana corriéramos como locos a disfrutar de los treinta minutos de recreo.  Paco se había traído el balón de reglamento para echar un partido a los de quinto B.  

Ya habíamos comenzado a jugar, y empezaron los gritos entre nosotros mismos; que si eres un chupón y no la pasas, que si no sabes centrar, que si eres un paquete... Juli se quitó la pelota de encima con una patada, y haciendo un vuelo como cuando tiramos un avión de papel, el balón entró en el soportal de la entrada del colegio.  Corrí a buscarlo, y lo encontré junto a la pierna inmóvil de Jesús. Paré en seco y pude ver su cara de tristeza, de impotencia, de ver que la vida pasa justo por delante de él y no puede agarrarse a ella.

Jesús era un niño distinto,  con un semblante siempre serio y parco en palabras. Tenía un problema de movilidad debido a que en una de sus piernas llevaba siempre un engendro de hierros y alambres, y una extrema delgadez, le hacían ser un chico demasiado especial para muchos. Nunca deparamos en él, nunca nos había preocupado, nunca hicimos nada para que jugará  con nosotros, nunca pasó nada. Hasta ese día.  El balón estaba al lado de su pierna izquierda.


Me miró como sintiéndose prisionero en una celda en lo alto de un castillo custodiado por un dragón, incapaz de poder hacer nada para escapar. Entre suspiros, comenzó a retroceder y entró por la puerta principal, con su paso torpe y lento, hacia el interior del colegio.

Yo no estaba mirándole, miraba allí porque seguí el vuelo del balón, y gracias a eso pude encontrar un sentimiento que hasta ese momento estaba aletargado. Esa imagen me conmovió. Dejé de mirar y entré hacia el interior del colegio para ver si lo veía. Aún recuerdo su estampa, sentado en el banco de madera que había en el hall de entrada, con el cuerpo inclinado hacia delante, los dos codos apoyados sobre sus muslos y las manos tapándole su cara. Se le escuchaba sollozar. Lo peor de ese momento es cuando pasaron dos profesores por su lado, y ninguno fue capaz de pararse y preguntarle qué le pasaba.  Subí corriendo hacia la clase, y saqué de mi mochila un bocadillo que me había preparado mi madre, y bajé hacia el banco nuevamente todo lo rápido que pude. Me senté a su lado, y, sin llamarle por su nombre dado que no lo recordaba, le ofrecí un trozo de bocadillo. 

Aún con el tronco encorvado hacia abajo, giró su cabeza hacia , e intentó recomponerse. Partí el bocata en dos sin que hubiera articulado palabra, y se lo puse a la altura de su mano. Lo cogió, olisqueó un poco, y pude escuchar por fin su voz:

¿De qué es?

Su voz grave y temblorosa le hacía parecer mayor, pero había en su expresión la cara de cualquiera de los compañeros que estuviera fuera jugando con el balón. Era un niño, como yo, pero la vida le había señalado a él, y le impedía de alguna forma ser como los demás.  Así que le dije que se secara sus lágrimas, que el reloj que estaba encima de la puerta del cuarto de la portería marcaba las once y dieciocho, que faltaban doce minutos para que acabara el recreo y que no podíamos perder más tiempo allí. 

Se apoyó con una mano en mi hombro para levantarse del banco, y sin soltarse, caminamos hacia el patio nuevamente. Cuando salimos, había un hueco entre las nubes por el que los rayos de sol se habían abierto espacio. Miró al sol, miró al patio, nos miramos, y me dijo: 




 - ¿Amigos?
 - ¡Amigos¡