jueves, 26 de enero de 2017

The macho ibérico return

Uno que es hombre de palabra, no le puede faltar a esta nunca, y más cuando se da a un grupo de estupendas señoras, que por cierto,  ya van teniendo estas sus edades, y que, junto a este caballero que les escribe, formamos un pequeño grupo de "whatsaap" con el vínculo de tener en el cole a nuestros hijos.

Y no voy a negarlo, me encanta ser el único "Macho" entre tanto elenco de féminas.  Pero como uno ya es perro viejo por estos lances, me fogueé y me sigo fogueando entre féminas desde tiempos pasados. Recuerdo como me auto designe árbitro de fútbol sala en el colegio,  solo por estar cerca de las compañeras, Fue el primer equipo femenino del colegio, y yo estaba allí. O como fui a un campanento de verano con un colegio de chicas (eso será también otra historia) donde empezaron a despertarse en mi ciertos aspectos que eran desconocidos hasta ese momento. Y como llegué hasta trabajar inicialmente en la empresa donde actualmente lo hago, con más de doscientas mujeres y tan sólo unos quince caballeros.  Y aquí me tienen, siempre dispuesto a contar historias y, por qué no, para vivirlas.

Pues bien. Hace unos días debatíamos por el medio tecnológico que Dios ha tenido a bien crear para bien de esta sociedad, que necesitábamos imperiosamente tener una desconexión de la rutina diaria (que les voy a decir yo sobre la rutina, si mi vida es una constante aventura entre las muchas actividades que tengo) y como no pudimos hacer la clásica comida o cena navideña, hemos intentado retomar tan noble acto para quitarnos la presión que conlleva la guardia, custodia y educación de unos zagales de tres años.  Se lo comenté a mi parienta, la cual con cara de pocos amigos, me dijo que si no me parecía poco con las mozas conquenses,  o con las compañeras  de trabajo, o con la quedada de las peregrinas del camino de Santiago, o con mis amigas de la farándula...  Es verdad, me es poco ir de vez en cuando con mujeres y como único macho de la manada (alguna me matará por denominarlas manada).  Pero me gusta, me siento cómodo, bien tratado, mimado, agasajado, hasta el punto que me siento un verdadero privilegiado (no como el Grey ese, al que le tendría que dar algun máster class al respecto).  En definitiva, que a veces pienso que esto de estar rodeado de féminas es un castigo divino. Y como dice mi santa madre: "hijo, tendrás que soportar este calvario por castigo divino". Razón tiene mi amada madre, que esto de soportar mujeres todos los días sólo lo podemos gestionar unos pocos que nacimos destinados para tan noble fin. 

Así que me he tomado esto de quedar siempre con bellas damas  muy en serio. Mis amigos me dicen que soy un peliculero, que miento más que hablo, que es producto de mi exagerada imaginación (cierto), que ya querría yo, incluso me han insinuando si soy gay, y que entre tantas mujeres, al final siento las mismas necesidades que ellas.  Con todo el respeto del mundo al colectivo homosexual... Y una mierda. Uno es macho, pero ibérico, de los de verdad, a la vieja usanza. Me gustan más las mujeres que a mi hijo la patrulla canina, que allá donde hay una falda, pierdo el "sentío". Y ya si me dicen que hay que quedar para desahogarse de sus vidas rutinarias, uno es el hombro perfecto para que estas, mis bellas y adoradas amigas, puedan soltar todo el lastre que llevan dentro. Al final soy un samaritano y todo.  Pues eso. Me gustan  sin más. Eso si, soy siempre un caballero (aunque en este campo he de dar la razón a mis amigos dado que mi imaginación me lleva a soñar pecados inconfesables con algunas de estas y de otros grupos de amigas, y que, cuando lea esto mi bella y amada esposa, tendré que pedir asilo, cobijo y manutención a alguna.

Así que aquí me tienen, esperando a que concertemos fecha para sacar de la polvera el traje de los domingos, la muda de los eventos especiales, el perfume de las grandes citas, y las ganas de un eterno adolescente de estar rodeado siempre por bellas elfas.



Vuelve el macho ibérico. Que tiemble el pervertido del Grey ese.
Les tendré informadas, e informados...


Post Data:  todo lo que quieran interpretar es producto de su imaginación. O no....




jueves, 12 de enero de 2017

La búsqueda


Acabaron de hacer el amor.  Ella, le miro y suspiró, y se volvió a acercar a él mientras buscaba su boca con ansia, con la desesperación de querer saciar sus ganas de tenerle dentro otra vez. Sus blancas manos, aun temblorosas, buscaron su sexo para comenzar otra vez con el juego. Lo acarició, lo besó. Lo hacía gimiendo sutilmente, sabiéndose que con ello, despertaba su pasión.  Él, sudoroso, se dejó llevar mientras sus manos le exploraban su cuerpo. Su cuello, sus pechos, su espalda. Le encantaba sentir en sus manos como se le erizaba la piel. Entonces, la tumbó en la cama boca arriba.  Con delicadeza le separó sus piernas mientras besaba su cuello, y comenzó a bajar despacio, muy despacio, deteniéndose primero en sus pechos, para seguir bajando hasta encontrar su sexo húmedo y dispuesto para comenzar otra batalla. 

Habían reiniciado la guerra, y tras esos minutos mutuos donde los juegos, los besos y una fusión de pasión les estaba desbocando, ella le empujó para que cayera sobre el colchón, y sin dejarle reponerse, se montó sobre él para sentirle nuevamente dentro e incrementar el ritual de sexo que habían comenzado hacía una hora. Ambos se refugiaron entre sus brazos, que se apretaban entre sí, a esa forma de besar, casi violenta, a respirar entrecortadamente y a gemir.  Y entre esa violencia de pasión, él entraba en ella con dulzura, mientras ella se aferraba a su cuello, a su ancha espalda, y sus uñas dibujaban surcos de sudor sobre esa espalda, mientras los cuerpos comenzaban a fundirse. Cada embestida y cada exhalación de aire, eran nuevas andanadas de fuerzas para seguir haciendo el amor, como si no lo volvieran a hacer nunca, como si no hubiera un mañana para ambos. Era un pacto de honor.

Después de complacerse, de tener varios orgasmos y terminar casi extenuados,  se dejaron caer sobre el colchón de la cama. Él, miró el cuerpo desnudo de ella. Ella, saciada, se sintió vencedora de la batalla. Él se levantó y se quedó sentado sobre la cama, y con ternura, la miró,  le acarició su cara y la besó en los labios, para luego fingir cansancio. Se levantó y con un paso cansino se dirigió al baño, desnudo, mientras se tocaba su pelo ya entrado en canas con su mano derecha. Se dio una ducha y, tras despedirse con un nuevo beso  y mentir para no quedarse a pasar la noche con ella, salió para regresar a su solitaria casa.  Ella, aún desnuda sobre la cama, cogió un paquete de tabaco depositado sobre la mesilla para sacar un cigarro. Lo encendió y dio una calada profunda, exhalando el humo tan despacio como pudo, repitiendo el proceso hasta consumir el cigarrillo. Apagó la luz y se fue al encuentro de Morfeo. Él para ella fue uno más. 

Mientras, él caminaba por una desértica calle, iluminada vagamente por unas farolas que daban luz naranja, y escuchando el sonido que producían sus zapatos sobre la negra acera, recordaba las mujeres que había utilizado para intentar olvidar.  Olvidar algo que desde hacía ocho años no conseguía. Buscaba otros brazos, otros besos, otros ojos que le mirarán y que le hiciesen perderse por otros mundos, otros mares y otras estrellas aunque fuesen fugaces.  

Comenzó a llover, y no encontró donde guarecerse. Se cerró la chaqueta de cuero con forro de piel, se subió el cuello para intentar mojarse lo menos posible, pero las gotas frías de la lluvia que a esa hora de la noche caía, le iban resbalando por su cara. Gotas que despertaban su alma. Ese alma entregado ya al olvido, y que no tenía mas dueño que el de los recuerdos. Pero esa noche se prometió  que sería la última. No quería más caminatas a casa en la más absoluta soledad.  No quería despedidas. Quería un buenas noches, un que descanses, quería compartir los días, los sueños, los proyectos. Quería tener unos ojos donde mirar más allá...

Después de una hora de caminata, entró empapado a la vieja casa. Se quitó la ropa mojada en la entrada y la dejo sobre el suelo;  desnudo fue hacia el salón. Se envolvió en una suave manta de lana que tenía siempre en un tresillo frente a la chimenea y encendió el fuego. Se sentó y se quedó mirando fijamente a la chasca. Allí, donde el silencio le atormentaba, donde luchaba con todas sus fuerzas para poner toda la resistencia posible a los recuerdos, se acurrucó sobre sus rodillas, tapándose con la manta hasta la cabeza.  

Y entonces, y como el resto de las noches de su vida, comenzó a soñar....

(continuará...)