El
porqué de esa situación no lo sé (o no lo quiero recordar). Sólo sé que cuando
estaba recobrando el conocimiento, un tío más cachas que el “Terminator” ese,
me estaba haciendo el boca a boca. ¡Un tío! ¡A mí!, y que desde entonces es la única persona que está a mi lado, dándome apoyo y cobijo. Y lo peor de eso es que yo, que me
considero (o consideraba) un macho ibérico por antonomasia, tengo un amigo gay. ¡Joder, ¡que es un tío de puta madre!
Me
empiezan a venir flashes. Al lío...
Después
de mucho negociar, conseguí que mi parienta me dejara ir unos días a las
afortunadas Islas Canarias junto a un grupo amigos (y conocidos por ella para
justificar el plan). Ocho tíos por Lanzarote con la excusa de descansar y
reponer fuerzas para poder pasar un invierno duro. Ya saben ustedes lo difícil que
es Madrid a partir de septiembre con los atascos, contaminación, que si llevar
al niño al colegio, trabajar, recoger al niño, extraescolares, la casa, la
mujer, la suegra… En definitiva, somos unos santos y nos merecemos estos
escarceos.
Ya en el
aeropuerto, comenzamos a urgir nuestro plan; o sea, mujeres, y a poder ser
extranjeras, y ya si no es mucho pedir, exuberantes nórdicas de grandes “pechotes”.
Mi gran sueño para honrar a mi idolatrado Alfredo Landa. Así que nada más
aterrizar fuimos a dejar los trastos a los apartamentos, con el fin de no perder
un ápice de tiempo y otear las inmediaciones donde atisbar a estas bellezas
ansiosas por estrechar lazos con estos caballeros españoles (que ostias;
conmigo).
Enfrente
de los apartamentos había un garito en el que habían izadas cuatro banderas:
Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia. Mis amigos (de los que no quiero
acordarme) y este que les cuenta, nos dispusimos a pegarnos la fiesta de
nuestras vidas, y para ello sacamos nuestros “jurdeles” de los calcetines y
pusimos un bote del que fui testaferro. Llegamos a la entrada del garito en el
que sonaba música en directo. Me puse de rodillas y besé el suelo, dando las
gracias a Dios por dejar que cumpliera este deseo que le imploraba desde que vi
la película "Amor a la española". Al abrir la puerta pude ver a un
tío vestido como John Belushi en los "Blues Brothers" que cantaba de
maravilla, pero lo mejor de todo era el espectáculo de bellezas rubias (y
tetonas) que había a mi alrededor; largas como un día sin pan y con más curvas
que las siete revueltas bajando el puerto de Navacerrada, todas con unos ojos
azules como si fueran espejos del mismísimo cielo. Vamos, que si existía el
paraíso lo había encontrado. Mis amigos se metieron en el meollo y yo saqué el
fajo de billetes para comenzar la gran fiesta. Sólo me faltó decir "¡Qué
no nos falte de ná!, cuando, incrédulo y extasiado, fui abducido por tres
ejemplares rubias que se abalanzaron sobre mí y me arrastraron a un rincón
hasta que una a una, y en un inglés celestial me dijeron -"my name is...",
acompañado de un correspondiente beso en los morros de este galán con alma de
matador de toros. Uno, que de idiomas va escaso, por no decir que res de res
(mi poco catalán) pudo entender a los diez minutos que, tras ponerme ellas
mismas la chaqueta, querían ir a otro sitio. Pero donde me llevaron fue a un
piso a la vuelta de la esquina...
No podía
ser tan fácil. Y yo que pensaba que me iba a ligar a una, ¡y me iba a zumbar a
tres!, y uno que no quiere dejar mal el pabellón hispano y al ego del macho que
llevamos dentro, hice uso de una pastilla azul (por si acaso) que siempre llevo,
no sea que tuviera en vez de corrida de toros, becerrada. Y eso jamás. Uno
tiene que dar la talla siempre, y más cuando toca hacer de una batalla, patria.
Me acomodé mientras se iban desnudando frente a mí (la viagra comenzaba a
surtir efecto y yo empezaba a creer en los milagros). Una de ellas sacó un bote
que parecía aceite y se lo echó por el cuerpo; estas nórdicas me iban a llevar
al séptimo cielo... La cosa pintaba bien. Se acercó muy despacio mientras me
miraba a los ojos con la seguridad de quien tiene la situación controlada y de
quien lleva el manejo del momento. Sujetó mi cara con sus manos y muy
lentamente se la llevó a los pechos. Podía morir de felicidad. Y allí,
mientras recibía besos y caricias de las otras integrantes de la batalla,
mientras mi cabeza estaba entre esas dos montañas rocosas, mi vista comenzó a
nublarse…
Mi nuevo
amigo gay dice que cuando me vio desnudo en la playa pensaba que estaba
durmiendo la mona, pero que al subir la marea y ver que no reaccionaba fue
hacia mí y comprobó primeramente que tenía una erección de caballo, pero que apenas respiraba; así que, ante lo preocupante de la situación, empezó a hacerme el boca a
boca....
Y aquí
sigo con el, que me ha dado hasta cobijo, porque las hijas de la gran puta no eran
nórdicas sino una banda de ladronas españolas recauchutadas que casi me
llevan al cielo (más bien al mismísimo infierno). Al parecer, y según el
atestado policial, el líquido era una droga que me dejo dos días semiinconsciente
y de no ser por este nuevo amigo hoy estaría criando malvas; me robaron todo,
mis amigos no me hablan porque, al tener el bote, los dejé sin dinero (y sin fiesta)
y regresaron sin pena ni gloria a la península. Y mi parienta me ha dicho que
no vuelva porque se pira con el fontanero que le quitó el atasco hace 15 días.