Relatos, escritos, vivencias

jueves, 12 de octubre de 2017

Un giro inesperado

Hacia calor. El termómetro del vehículo marcaba cuarenta y dos grados a las doce y media del medio día, mientras iba circulando con las ventanillas abiertas, dado que el aire acondicionado del coche no funcionaba. Maldije al "veranillo de San Miguel" por no faltar a su cita, por hacer que ese día fuera hasta ese momento un día de mierda. La contaminación que había en Madrid acentuaba la sensación de calor, y para colmo, una circulación saturada, y que el humo del vehículo de delante me entrara por las dos ventanillas abiertas, estaban consiguiendo que mi cabreo aumentará al ritmo de los grados de temperatura, y de la canción "despacito" que para colmo se escuchaba a todas las horas y en todas las emisoras de radio.  


Aparqué en zona azul, y puse sobre el salpicadero del coche un ticket validando treinta minutos de tiempo. Recoger un encargo no debía de suponerme más de diez minutos, así que me dirigí al comercio apenas unos pasos al lado de donde había aparcado. La puerta estaba cerrada, y había un cartel que ponía "por la puerta de atrás". Anduve con paso firme hasta llegar a una puerta metálica abierta, de estas que se "enrollan"en el techo. Al pasar hacia su interior, tuve que ir esquivando los muchos obstáculos que me iba encontrando al paso, palees con cajas abiertas rellenas de formularios, trozos de listones sueltos quebrados de  algunos palees rotos, sillas viejas de madera de esas enteladas, una máquina carretilla. Incluso tuve que esquivar algunas heces, posiblemente de algún gato que se ha hecho ocupa en el almacén. Vamos, un sitio de mierda, como el día. Antes de llegar a una mesa de madera, muy desgastada y con síntomas de tener más años que la reina madre de Inglaterra, vi salir de una puerta a mi izquierda a una mujer. Según se iba acercando comprobé como los vaqueros le ajustaban a la perfección sobre sus piernas, una camisa blanca ligeramente desabrochada justo hasta donde un colgante en forma de piedra, de color negro azabache, rozaba el surco de sus pechos, una fina americana negra cubría su espalda y sus hombros. Su cuerpo, era una Venus. Delgada de piernas, cintura contorneada, buenos pechos, una cara delgada con las facciones marcadas, y unas gafas de pasta que la hacían parecer una joven profesora universitaria.

  • Buenos días. ¿Que desea?. Me dijo.
  • Vengo a recoger un paquete. Esta a nombre de Jesús Jiménez.
  • Ah si. Me llamo ayer indicándome que mandaría a alguien a recogerlo.

Se dio la vuelta para dirigirse a una estantería metálica, donde había una caja de cartón de mediano tamaño. No debía de pesar mucho porque lo cogió y lo acerco sin ningún problema. Lo depositó sobre la vieja mesa de madera.

  • Son trescientos setenta euros.
  • ¿Qué?. Nadie me dijo que tuviera que pagar nada...

De pronto, se oyeron muchas pisadas y tres disparos, que alcanzaron a la profesora de la universidad, cayendo muerta al instante.

  • No disparen por favor. Sólo soy un mensajero. 

Se me acercó una persona, vestida con un traje negro, muy demacrado, con los ojos muy metidos en las cuencas, que  dijo:

  • Eres el hijo de Julio Jiménez. Tenemos un mensaje para tu padre. Nos quedamos con el pedido, y le devolvemos a su hijo con cuatro disparos en las piernas, para que sepa con quien esta jugando.  

Pum. Pum. Pum. Pum.   


Muerto de dolor, y en medio de dos charcos de sangre, la de la tía buena que estaba ya camino del infinito, y la mia, conteste, entre balbuceos.

  • No, mi padre no es Julio Jiménez. Se llama Jesús, hijos de puta.  Mi padre es un sacerdote De la Iglesia de los últimos días, y la caja son biblias. Os habéis equivocado.


El mismo que le pegó los tiros en las piernas, se agachó hasta tener su cara a unos centímetros de la suya, para decirle:

  • Así es la vida. Hoy le tocó a la buenorra esta, pero otro día te puede tocar a ti. Mira siempre quien va detrás de tus pasos. No nos has visto nunca, y si me delatas, estos que andan detrás mía sabrán que hacer contigo y con tu familia.  Así que discúlpame por el lapsus, y hasta nunca.


Definitivamente, había sido un día de mierda.